VIDA EN AZÚCAR. CAPÍTULO 4: MONSTRUO DE CARAMELO

 Las hadas me llevaron a su cabaña para sanarme, la cual estaba en el bosque de pirulí. Lejos del alcance de los humanos. Escondido entre árboles de aspecto intimidante e insectos venenosos. 

Era una cabaña hermosa hecha de jengibre dulce con techo de caramelos. Me colocaron sobre la mesa de tableta de chocolate y  comenzaron a analizar los trozos. Seguía sin poder escucharlas y tampoco podía hablar. Pero quería decirles que pararan. Quería pedirles que destrozaran lo que quedaba de mi cabeza y me dejaran descansar. Que me dieran un golpe de gracia, como primer y último  acto de amabilidad en la vida. 

Las hadas trabajaron arduamente, unieron cada trozo de mi cuerpo, iniciando de las extremidades al centro. Se esforzaron mucho. De entre trabajo y trabajo, me volteaban a ver y me sonreían. Poco después de 46 horas de trabajo, recobre el oído y pude escucharlas. Tenían voces chillonas y parecían siempre estar a punto de soltar una carcajada. 

Cuando tuve otra vez casi todo el cuerpo unido, me incorporaron. El peso de mi cuerpo había cambiado. No estaba segura de si se había hecho mayor o menor. Pero me sentía diferente. En cuanto quede completamente erguida, de mi pecho empezó a salir un mar de chamoy, era espeso y salía por cada fisura que había en mi reconstruido ser. Tuvieron que volver a acostarme para evitar que manchara más cosas. 

El trabajo duró más horas y más días. No estoy consciente de cuantos. A veces mi mente se iba, divagaba entre la realidad y mis deseos. Mis ganas de volver a ser quien era. Básicamente entre sueños. 

Para cuando rellenaron todas las fisuras con caramelo y dieron los acabados finales, ya habían pasado quizá más de dos meses. Mi cuerpo se sentía raro. Incompleto. Quizá hasta mutilado. Pero sabía que todo lo que debía estar ahí, estaba. 

Deje pasar 5 semanas más, y me vi al espejo. No pude reconocer mi imagen. Donde antes había suaves curvas, ahora había pronunciados picos. Me veía amenazante. Mi mirada antes amable, se había tornado tosca. De mis ojos correaba un líquido rojo y mi boca estaba en una mueca constante hacia abajo. Mis manos antes suaves y delgadas ahora eran picos filosos de caramelo. Mis rodillas crujían a casa paso que daba y a veces se atoraban, dejándome en un solo lugar hasta que lograban regresar a su movimiento. 

No era quien solía ser. No me veía como yo quería. No era yo. Era un monstruo. Un monstruo de caramelo. 

Comentarios

Entradas populares